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Cristina, entre la cárcel y la presidencia del Partido Justicialista

OPINION
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Cristina Fernández de Kirchner busca consolidarse como presidenta del Partido Justicialista (PJ) para fortalecer su posición ante posibles fallos judiciales, pero enfrenta una pérdida de apoyo y una oposición interna que pone en riesgo su liderazgo y sus objetivos políticos.
 

Pasan los días y cada vez van quedando más en claro las razones que llevaron a la súbita decisión de Cristina Fernández de Kirchner de anunciar su candidatura al Partido Justicialista, y la catarata de agresiones, presiones y chantajes que debieron soportar diversas figuras de Unión por la Patria, con Axel Kicillof a la cabeza.

Este proceder ha sido característico de la ex presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, y de La Cámpora, por lo cual no sorprendió a nadie. Siempre que alguien se animó a desafiar sus directivas se convirtió en traidor, desclasado y cómplice de la oposición, según su lógica binaria. Pero, ¿traidor a qué? ¿A la doctrina? Claro que sí, pero no a la de Juan Domingo Perón. Cristina siempre ha pretendido ser ella misma la doctrina viviente del colectivo que lidera. Oponerse a su voluntad es el peor delito que podría cometer un dirigente o militante de ese espacio. Con los resultados a la vista, se entiende por qué tan pocos se hayan animado a contradecirla en el pasado, a sabiendas que esa actitud implicaba su migración al exilio.   

La razón de fondo que motivó la decisión de Cristina y La Cámpora, esta vez, fue muy sencilla y transparente. Tanto Eduardo de Pedro, como Edgardo Mocca o Juan Grabois no se molestaron en tratar de ocultarla. Cristina necesita la presidencia del PJ para tratar de fortalecer su posición ante los próximos fallos de la Justicia, que confirmarán su culpabilidad y amenazan con ponerla tras las rejas. Pero no le bastaba con imponerse en una interna: debía demostrar que seguía siendo la jefa suprema del colectivo, la única, a la que nadie se animaba a competirle. Y todo comenzó a salirle mal desde un principio, cuando el “operativo clamor” no encontró eco alguno en el panperonismo. Apenas si algún intendente de La Cámpora se sumó. El resto miró para otro lado, sin animarse a apoyar explícitamente a Ricardo Quintela, pero tampoco a poner el cuerpo por la jefa.


Afrontar una interna en estas condiciones ponía en riesgo el resultado buscado, ya que un bajo nivel de participación y un porcentaje de votos significativo en favor del gobernador de La Rioja hubieran demostrado que Cristina había perdido el liderazgo, lo que la inhabilitaría para presentar las decisiones judiciales no ya como una persecución personal, sino al peronismo en su conjunto. Para su desgracia, ha perdido la empatía que mantenía con el colectivo, y ahora no hay acuerdo en aceptar sus decisiones como infalibles e incuestionables, después de tantos errores y fracasos.

Con el pasado como diagnóstico, Cristina y La Cámpora quisieron actuar como siempre, imponiendo sus decisiones sin dar explicaciones, pero tuvieron una respuesta muy diferente: la intrascendencia y el hastío de buena parte de la militancia. Esto se agravó cuando ni siquiera pudieron mostrar un respaldo sólido de los gobernadores e intendentes. Cristina podría ser presidenta del PJ, pero la debilidad de su autoridad no podría disimularse.

Así las cosas, intentaron imponer por la fuerza lo que no pudieron por la persuasión. Usaron los avales de la campaña de Sergio Massa para presentar su candidatura, con la complicidad de una Junta Electoral propia; dieron de baja a la lista de Quintela con una objeción de avales muy cuestionable, y pretendieron consagrar a Cristina como presidenta del PJ. Pero esta vez la oposición interna no se amilanó: fue a la Justicia Electoral y no sólo impidió ese desfalco, sino que también puso al PJ nacional otra vez a tiro de la intervención judicial. En estas condiciones, difícilmente la ex presidenta se anoticie de la sentencia judicial, el 13 de noviembre, como presidenta partidaria, ni podrá presentar el fallo como una persecución al Partido Justicialista Nacional.


Como al mago al que ya se le conocen los trucos, y pasa de ser objeto de admiración a objeto de burla, Cristina y La Cámpora transitan su declinación definitiva con determinación, pero sin dignidad. Aunque, ¿por qué deberían agregar esta cualidad que nunca tuvieron en su debacle?

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