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Don Felipe. el hombre que construyó una provincia en un desierto

Historia Emiliano Sapag
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Hasta 1955, la provincia del Neuquén era territorio nacional y recién en 1957 logró su constitución. Apenas 70 años habían pasado desde la Conquista del Desierto, cuando el General Conrado Villegas, con sus tres divisiones militares, empujó contra la cordillera a la última nación Mapuche, liderada por el legendario Valentín Sayhueque, logrando así su rendición en Junín de los Andes en 1885.

Durante los 70 u 80 años posteriores a las acciones militares de Villegas, el gobierno central nunca tuvo un plan para Neuquén. Porque en Neuquén no había nada, a excepción de un poco de petróleo en alguna comarca alejada, en épocas donde el petróleo no era tan importante como ahora. Los fértiles campos de la pampa húmeda estaban lejos y el poco ganado ovino y bovino y la incipiente producción agrícola que luchaba para hacer pie sobre los ríos Neuquén y Limay no representaban absolutamente nada para las elites nacionales. Parecía que la posesión de las vastas tierras patagónicas solo tenía un valor estratégico a futuro y geopolítico respecto del vecino y amenazante país chileno. Sin embargo, hubo un hombre que cambió todo, porque donde otros veían solo desierto, él proyectaba oportunidades de desarrollo y las hacía realidad.

Por eso decimos que Felipe Sapag fue sin dudas el gran protagonista de la segunda mitad del siglo XX en la provincia de Neuquén. A la edad de 45 años asumió su primer mandato como Gobernador, allá por 1963 y finalizó su quinto mandato en máximo cargo provincial en 1999, ya con sus largos 82 años. En esos años, Don Felipe, como lo conoce la gente de manera afectuosa, planificó y desarrolló el Neuquén moderno con rutas, hospitales, escuelas, planes de viviendas y avanzados entramados institucionales que combinaban ciencia y sensibilidad social.

Los dirigentes del peronismo, en épocas de proscripción, fundaron el legendario partido político provincial llamado Movimiento Popular Neuquino. Al principio, como estrategia para mantener la esencia justicialista ajustándose a los requisitos de los militares. Pero finalizada la proscripción y con la vuelta de Perón, se negaron a arrodillarse a las injustas peticiones de los emisarios peronistas que le exigían volver al peronismo entregándole todo el poder a los líderes porteños. Así se consolidaría el MPN como el partido político de distrito provincial mas importante de la historia argentina, sin atadura alguna a ningún interés que exceda las fronteras neuquinas.

La lección que Felipe Sapag nos deja en estos tiempos, es que para que el capitalismo florezca, también se necesita sensibilidad, escucha y diálogo 

Hasta aquí, el lector pensará que este artículo pretende hacer una soberbia loa de un todo poderoso Caudillo Provincia, desde la mirada de su nieto. Sin embargo, lo que se quiere rescatar en este espacio es precisamente todo lo opuesto. Felipe Sapag está muy lejos de muchos de los históricos caudillos nacionales, que sostuvieron el poder a costas de ejercerlo con avaricia, por no tener un proyecto de vida por fuera de la política.

Felipe Sapag intentó jubilarse tempranamente, luego de que los militares lo derrocaran en la década del 70. Pero la recuperación de la democracia, las causas nobles y el insistente pedido del pueblo de Neuquén que lo votaba con más del 60% de los votos, lo forzaron a volver.

En el ejercicio del poder, mantuvo una postura ética y moral intachable. Un caso raro de político que ejerció sus mandatos sin la más mínima sospecha de malversación de fondos o enriquecimiento ilícito, retirándose de ella con menos de lo que ingresó durante su juventud, cuando era un exitoso comerciante. Don Felipe es también recordado por ser un bicho raro, un caso único de ser humano al cual el poder no se le subió a la cabeza. El poder es una fuente de posibilidades muy peligrosa. Quien más poder ostenta, más bienes materiales dispone y más personas controla. Esto inevitablemente genera cambios en la vida y en la mente su portador, el cual rápidamente se intoxica y cree que es superior al resto.

Nada de eso le sucedió a Felipe. Él era solo un canal a través del cual el poder fluía desde las instituciones, directamente en beneficio del pueblo y nada de esa toxicidad se quedaba atrapada en su interior. Es como si tuviera inoculada una vacuna anti-poder.

No miraba a nadie desde arriba, escuchaba con respeto y atentamente a cada persona que venía a contarle o pedirle algo. No para sacarle un voto, sino porque de verdad le interesaba. Prestaba más atención a los humildes y a los sabios que a los charlatanes y a los empresarios. Vestía siempre las mismas prendas sencillas, sin ostentar lujosas marcas. Sus vacaciones no eran en Marbella, Miami o Punta del Este, eran más bien en la laguna del Chancho en Copahue o una escapada a su tan amado norte neuquino.

No tenía auto, alguna vez tuvo un Ford Fairline o un Renault Torino, pero generosamente se los regaló a sus nietos, un poco porque disfrutaba de ver la sonrisa dibujada en la cara de su descendencia, pero también porque siempre había alguien que lo llevara a donde tenía que ir. Solo tenía que salir a la vereda y preguntarle a alguna de las muchas personas que lo venían a saludar con afecto “¿Me llevás?”. La gente lo cuidaba y aprovechaba para compartir ese ratito con la leyenda neuquina en su asiento del acompañante, en lo que constituiría una colorida anécdota que luego sería contada a la familia y los amigos.

Poseía una gran casa, que era grande no para tener lujosos cuartos en los cuales encerrarse y distanciarse del mundo exterior. Era grande para recibir a la mayor cantidad de gente posible. Así en las habitaciones del piso superior del caserón, vivieron muchos años hijos, sobrinos y nietos, que siempre contaban con ese protegido, generoso y desinteresado espacio en caso de una transición o un infortunio.

Hijo de dos inmigrantes libaneses, Canaan Sabbagh y Nacira Jalil, Felipe tuvo una infancia tan pero tan humilde, que quizás allí se pueda explicar su pasión y empatía por los más necesitados 

La planta baja, especialmente diseñada por su esposa y compañera, Doña Chela, tenía un formato circular que conectaba la cocina, el living, el comedor, el recibidor y la oficina. De esa manera, todos los visitantes que a diario acudían a Don Felipe, tendrían una espera confortable, con un cafecito a disposición y espacio para circular libremente y conversar con los demás visitantes.

Disfrutaba de caminar por la ciudad de Neuquén. En sus paseos, fortalecía su cuerpo, pero también su contacto con la realidad. Prestaba más atención al neuquino de a pie que a sus ministros. Así andaba por la calle sin custodios.  Primero, porque no tenía enemigos. Segundo, porque el único filtro de a quien atendía y a quien no, era él mismo. Solo había que acercarse o tocarle la puerta, y él te atendía.

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Felipe Sapag junto a Jorge Luis Borges.

 

Era una especie de curandero. Todo aquel que acudía a Don Felipe, se iba mejor de lo que volvía. En sus tiempos de jubilado, ya sin el poder del Estado, un toque de su mano o de su palabra, eran suficientes para reconfortar al más penumbroso. En cambio, durante el Gobierno, con todos los instrumentos institucionales a disposición, un toque de Don Felipe te cambiaba la vida. Significaba una casa, un trabajo, un refugio o un objetivo de vida.

En estos tiempos, la política parece estar protagonizada por dos típicos perfiles de políticos bien diferenciados: aquellos que tienen sensibilidad social, que son intervencionistas, pero que gastan más de la cuenta y generan problemas financieros; y en oposición, aquellos que buscan el equilibrio financiero, pero con gran insensibilidad, a costa de que los más humildes sufran los crueles ajustes.

Si hoy Don Felipe gobernara, a su modo, dejaría contentos a todos. Los libertarios lo amarían porque Felipe no te gastaba un peso de más, era un obsesivo de que los números cierren. Pero los colectivistas también lo adorarían, por no dejaba una sola alma con una necesidad sin atender. Buscaba en la creatividad o en el financiamiento externo todas las posibilidades para concretar sus planes de desarrollo o de protección social, y con su prodigiosa memoria no se olvidaba de nada ni de nadie.

Hijo de dos inmigrantes libaneses, Canaan Sabbagh y Nacira Jalil, Felipe tuvo una infancia tan pero tan humilde, que quizás allí se pueda explicar su pasión y empatía por los más necesitados. Pero también tuvo una familia tan amorosa, protectora y creativa, que encontró allí, la fórmula para progresar no individualmente, sino en conjunto, sin dejar a nadie afuera.

Fue un gran hombre que, por su avidez a la lectura, accedió al conocimiento a través del sinnúmero de libros que pasaron por sus manos, a pesar de no haber tenido los recursos para una educación formal. También encontró la sabiduría a través del dolor de haber sido discriminado de pequeño, por ser “turco” y tartamudo, por ser tan pobre en su juventud que al caminar alargaba sus pasos para gastar menos los zapatos y que le duraran más y, sobre todo, por haber sufrido el dolor más grande que un ser humano pueda experimentar, que es la pérdida de dos de sus hijos, en manos de los siniestros militares.

Nada lo detuvo, se alzó de fortaleza con el poder de su inquebrantable voluntad, en su distinguido y muy particular intelecto y en el amor de su familia. No solo su familia sanguínea a la que disfrutó y protegió sin descanso, sino de toda su familia de neuquinos, nacidos o venidos, por los que trabajó y se preocupó hasta agotar el último aliento de su vida.

 Con la vuelta de Perón, se negaron a arrodillarse a las injustas peticiones de los emisarios peronistas que le exigían volver al peronismo entregándole todo el poder a los líderes porteños

Ya lejos del desierto arrasado por los ejércitos de Villegas a finales del Siglo XIX, hoy Neuquén es reconocida por sus inconmensurables recursos turísticos e hidrocarburíferos. Es el motor energético del País. Pero no debemos olvidar que las bases para ese salto cualitativo pudieron ser posibles gracias al entramado institucional diseñado durante los gobiernos de Felipe Sapag, que generaron el desarrollo de la infraestructura necesaria y la paz social para el despegue económico y las capacidades individuales de quienes hoy empujan el desarrollo -hoy fríamente llamado “capital humano”- mediante escuelas y una potente universidad pública -la Universidad Nacional del Comahue-.

Por favor tomen nota: la lección que Felipe Sapag nos deja en estos tiempos, es que para que el capitalismo florezca, también se necesita sensibilidad, escucha y diálogo. Ante tanta soberbia y desgracia devenida de la política nacional, fatalmente concentrada en la Capital Federal, Felipe Sapag nos regaló la posibilidad de sostener la frente en alto y poder decir con orgullo que somos Neuquinos.

En el mes de febrero se cumplieron 107 años del nacimiento y lo recordamos con un inmenso amor y gratitud. El documental sobre la vida de Felipe Sapag, dirigido por Néstor Berbel,  se encuentra disponible.

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